jueves, 10 de mayo de 2007

Malditos buses...

Me pregunto como hacer del día a día algo especial estando lleno de cosas horribles como los viajes en bus. Esos trayectos que antes me parecian una aventura llena de cosas bizarras, sabor a cultura popular: uñas pintadas de rojo, maní salado y de dulce, estampitas de la virgen, el divino niño y piolin, los que suben a rogar a los otros por un minuto de su apreciado tiempo y por una moneda que no hace rico ni pobre a nadie; ahora esos viajes son son monotonos, tristes y aburridos.
El transporte urbano me produce una incomodidad que siento desde que salgo de la casa o la Universidad a coger el bus: todos pasan llenos y no paran. Cuando por fin me "hago caber" en uno que me machuca con la puerta la maleta , si estoy de buenas; el pie, la mano o el brazo, si estoy de malas. Despues de rogar afanosamente y con el apoyo de algunos compañeros de viaje que liberen mi bolso o alguna de mis extremidades, el conductor por fin abre la puerta para momentos despues volverla a cerrar impetuosamente y con rabia.
Con esa piedra que tiene por hacer parte de la abuelisticamente llamada guerra del centavo (penny war), por tener que soportar diatribas y madrazos a diario, por los malabarismos que tiene que hacer para lidiar al mismo tiempo con: las vueltas, el timbre, la puerta, el chupa de la esquina, el sobrecupo, los impredecibles y morrongos peatones y hasta con las ganas de hacer pipi repentinas e imposibles de satisfacer.
Estando en el bus observo las caras de resignación de las personas que me acompañan allí. Miradas perdidas que rara vez se encuentran y cuando lo hacen , lo hacen con desconfianza, agarrando enseguida el bolso con firmeza o llevandose la mano al bolsillo que contiene la billetera.
El ambiente que respiramos todos es limitado y maloliente. Edores de cuerpos cansados de vivir asi, pero imposibilitados para mirar más allá de las circunstancias. Sometidos al regimen del monoxido de carbono que se filtra por sus pulmones.
Miro por la ventan que esta algo empañada a razón de las 25 expiraciones simultáneas en un esapcio reducido. En los otros buses se reflejan las mismas caras de resignación en las personas que van de pie: es como una escena congelada, como un cuadro sobre ruedas. Todos se acomodan como pueden, haciendo lo posible para no tener contacto con el cuerpo de los otros, para no sentirles el aliento ni la respiración.
Los que van sentados se quedan dormidos, como queriendose anesteciar así de esa maldita rutina diaria que refleja hostilidad, rabia, asco y sobre todo resignación, de los sentenciados a pagar dos horas diarias de trancón por el crimen de haber nacido en la gran ciudad, epicentro del caos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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